Teoría unificada de la arquitectura - Capítulo 10. Biofilia: Nuestro parentesco evolucionado con las formas biológicas

Desde hace un tiempo venimos publicando, a través de sus diferentes capítulos, el libro Teoría Unificada de la Arquitectura de Nikos Salingaros, para que pueda ser consultado libremente por estudiantes y arquitectos de todo el mundo. Si te los perdiste, puedes leerlos aquí.

*Traducido del inglés por Raquel Vallines Mira.

Biofilia: Nuestro parentesco evolucionado con las formas biológicas

La complejidad organizada en los artefactos y edificios, como he descrito, conduce a una respuesta positiva de los usuarios. Es esta la percepción de “vida” que sentimos en ciertas estructuras y lugares del entorno construido. La estructura física del mundo tiene un efecto enorme sobre los seres humanos. Una tarea fundamental de la teoría arquitectónica es explicar y predecir el impacto que esa estructura viviente -o su ausencia- tiene sobre nosotros.

Todo reside en la geometría. Cierta clase de configuraciones generan estrés en el usuario. Otra clase de configuraciones, aquellas que percibimos como poseedoras de vida, no nos generan estrés, y además nos permiten tener sentimientos positivos. En el este último caso, somos más libres para experimentar una multitud de efectos curativos, precisamente porque no nos vemos arrastrados por la tensión ambiental.

Nuestro objetivo, por lo tanto, es descubrir qué cualidades concretas posee un ambiente saludable, y cuáles son las que nos hacen sentir libres. Este sería un ambiente en el cual no se desperdicia energía en conflictos con configuraciones que producen stress. El “Lenguaje de patrones” de Alexander es un sistema de este tipo: cada patrón es la solución a algún conflicto del entorno (Alexander et al., 1977).

Si una configuración es geométricamente incorrecta, seguirá generando estrés. Ningún “disfraz” superficial resolverá los conflictos básicos. Es por esto que mis amigos italianos y yo argumentamos que cualquier dinero gastado en “limpiar” el complejo de viviendas sociales en Roma llamado “Il Corviale” será malgastado. Pintar sus paredes, o crear un “jardín de escultura contemporánea” en sus terrenos, no soluciona nada. Sólo cambiando su geometría monolítica podrían resolverse los problemas experimentados por sus residentes, pero eso, precisamente, es lo que el movimiento arquitectónico modernista italiano se empeña en proteger (ver “El diseño basado en la evidencia”, capítulo 11 de Design for a Living Planet , Mehaffy & Salingaros, 2015).

El complejo de viviendas Corviale en Roma. “El pintar sus muros o crear un “jardín de esculturas contemporáneo” en sus terrenos no lo va a arreglar. Solo cambiando sus geometrías monolíticas se podrían comenzar a resolver los problemas que experimentan los residentes.” Complejo de viviendas Corviale, Roma, Italia. Mario Fiorentino, 1972. Fuente: Flickr de Robert James Hughes. Derechos: CC

¿Cuáles son las características geométricas concretas que dotan de cualidades curativas a un entorno, de manera que nos sintamos libres para vivir nuestras vidas en su máximo potencial? Tenemos la herramienta del “Espejo del alma”, el cual es muy útil para comparar alternativas, pero que no responde a nuestra pregunta (ver capítulo 9A y 9B de este libro publicado en nuestro sitio).

El primer paso para descubrir las cualidades geométricas que buscamos, es examinar los ambientes naturales. Esto nos lleva al efecto de la Biofilia: la afinidad que los seres humanos sienten con otras entidades biológicas. El efecto biofílico promueve el bienestar mental y también ayuda en la curación y recuperación fisiológica. Los efectos positivos de la biofilia están clínicamente documentados.

Se ha demostrado que una vista a un escenario natural desde una cama de hospital disminuye el tiempo de recuperación y la cantidad de analgésicos requeridos: ver “Biofilia”, capítulo 12 de Design for a Living Planet (Mehaffy & Salíngaros, 2015). Este ejemplo de los efectos de la biofilia eleva la valoración tradicional de los ambientes naturales de simples “lugares agradables para estar” a algo mucho más importante: “lugares curativos”. De hecho, las culturas tradicionales asocian los ambientes naturales con efectos curativos mucho más que la cultura contemporánea occidental. Sin embargo, el uso de la biofilia en temas de salud mejora drásticamente la economía de la curación de pacientes que es, supuestamente, la prioridad de nuestro sistema económico.

Es lógico que nos sintamos más cómodos en ambientes similares a aquellos en los que hemos crecido y, por el contrario, nos sintamos estresados en ambientes con cualidades foráneas. Nuestro sistema neurofisiológico fue desarrollado precisamente para hacer frente a los ambientes naturales ancestrales: es decir, la luz natural, el aire fresco, el campo de la sabana, las llanuras abiertas, los arbustos y árboles, el acceso visual al agua, etc. Nuestro cuerpo tiene una habilidad extremadamente sofisticada para detectar ambientes que nos son beneficiosos.

Christopher Alexander y yo, junto con nuestros alumnos, vamos más allá, al argumentar que el efecto biofílico no es una misteriosa propiedad vitalizante de los organismos biológicamente vivos, sino más bien un efecto derivado de su geometría. Por lo tanto, se deduce que podemos acercarnos al efecto biofílico haciendo uso de estructuras inanimadas determinadas que poseen la geometría correcta. Gran parte de la arquitectura y el arte tradicional encarnan cualidades biofílicas, intuitivamente buscadas por sus creadores.

Se ha descubierto que la vista desde una cama de hospital hacia un escenario natural disminuye los tiempos de recuperación. Hospital real de Kilmainham, Dublin, Irlanda. Sir William Robinson, 1684. Fuente: Flickr de William Murphy. Derechos: CC

La hipótesis de la biofilia da un giro de 180° a la arquitectura tradicional: no construimos solamente para satisfacer fines utilitarios, sino para poder enriquecernos visualmente de manera continua de los resultados. Resumiendo, siempre hemos construido estructuras que nos hicieran sentir bien y que nos sanaran: ver “Neurociencia, el entorno natural y el diseño de los edificios” (Salingaros y Masden, 2008). Esta tradición se detuvo en algún momento del siglo XX. Decidimos — como cultura “moderna” — no recibir retroalimentación enriquecedora del entorno, al contrario de nuestros antepasados.

El enriquecimiento biofílico directo viene del contacto íntimo con las plantas, los animales, la luz natural y la textura de los materiales naturales. En ambientes artificiales, los seres humanos utilizan una variedad de herramientas de diseño para lograr un efecto similar. Formamos nuestros espacios siguiendo geometrías muy específicas y utilizamos colores, adornos y patrones para obtener un enriquecimiento ambiental similar a la de los ambientes naturales. Este proceso no es una imitación superficial de la naturaleza, sino más bien la generación de geometría natural.

Los científicos están empezando a documentar como los factores ambientales, incluida la información proveniente del entorno, afectan a nuestro bienestar fisiológico. Parece que las características geométricas encontradas en la arquitectura tradicional, tales como la ornamentación y las estructuras fractales, provocan una reacción positiva en nuestra neurofisiología. Y esta reacción es parte de la configuración fundamental de nuestro organismo.

Mi ex alumno Yannick Joye está descubriendo que los fractales y los patrones de organización compleja responsables del efecto biofílico están de alguna manera integrados en nuestro sistema cognitivo (una descripción detallada de los fractales puede encontrarse en “Scaling and Fractals” (Mehaffy & Salingaros, 2015, Ch 6), y en “Fractal Art and Architecture Reduce Physiological Stress”, incluido en el capítulo 26 de la versión impresa de este libro). Nuestra reacción es emocional y visceral en lugar de intelectual. Los arquitectos pueden ofrecer todo tipo de argumentos en favor del diseño minimalista o de alta tecnología, pero eso no va a afectar la manera en que reaccionamos físicamente a las formas y los entornos.

Aplicar la biofília para diseñar implica una fusión íntima de estructuras naturales y artificiales. En la práctica, esto significa construir con bordes complejos y difusos que entrelacen a los edificios con el mundo natural. Las plantas incorporadas en los entornos serán parte de complejos ecosistemas verdes, no de partes mono-funcionales. Eso también implica enfatizar escalas más humanas e íntimas, en lugar sólo la gran escala.

La biofília también requiere la sustitución parcial de materiales industriales por materiales naturales, así como la reintroducción de ornamentos utilizando materiales industriales. Esta última práctica estuvo muy extendida desde finales del siglo XIX a principios del siglo XX, pero poco después dejó de utilizarse. A partir de cierto momento, los materiales industriales empezaron a utilizarse exclusivamente de manera fetichista, para reflejar una severa apariencia industrial. Desde el temprano modernismo de principios del siglo XX, la arquitectura se ha centrado en nociones abstractas y formales del espacio, las formas y los materiales. Las reacciones psicológicas o fisiológicas del ser humano, no influyen en absoluto en este enfoque, el cual continúa hoy en día: ver How Modernism Got Square”, Capítulo 3 de Design for a Living Planet (Mehaffy & Salingaros, 2015). Aunque algunos arquitectos han re-descubierto recientemente la necesidad de reincorporar las plantas y la naturaleza, la fuerte conexión biofílica que une las estructuras a los seres humanos y a la naturaleza todavía no es obvia para toda la profesión.

A medida que un mundo basado en imágenes impersonales, no naturales ni humanas, fue substituyendo al mundo real de las emociones, dos visiones distintas pero relacionadas formaron nuestro entorno construido. En primer lugar, empezamos a asociar mentalmente materiales como el pulido metal industrial, la porcelana, el cristal o las superficies de plástico con un entorno antiséptico. Esto ocurrió a pesar de que la “apariencia de hospital” no es necesariamente más limpia o más libre de gérmenes que un ambiente más anticuado, o “desordenado” construido con materiales naturales.

En segundo lugar, por alguna razón los arquitectos adoptaron al lema “expresión tectónica honesta” implicando una superioridad moral, que no es sino otro fetiche asociado a los materiales industriales. No hay ninguna “moral” en una estructura física. Como consecuencia, ahora estamos rodeados de superficies supuestamente “honestas” que no solo no consideran la biofília, sino que deliberadamente se esfuerzan en evitar cualquier efecto biofílico. Las superficies de hormigón brutalistas son hostiles y antinaturales. Si hubiese que establecer algún tipo de juicio moral, habría que afirmar que este tipo de arquitectos actúan contra la naturaleza humana. Uno podría pensar que un arquitecto que deje de lado su ego personal y se centre en el bienestar físico y mental del usuario, dejaría de defender formas foráneas al usuario para convertirse en una persona éticamente mejor.

La evidencia empírica recogida sobre la biofília ayuda a explicar la prueba del Espejo del alma, que utiliza nuestro cuerpo como un sensor de las tensiones en el entorno. Ahora entendemos que la fuente de ese estrés es la diferenciación con una geometría muy específica, similar a la compleja geometría de las estructuras naturales. Los arquitectos de los siglos XX y XXI han celebrado deliberadamente formas y superficies industriales precisamente porque contrastan con las naturales lo que en consecuencia crea un entorno construido que genera estrés.

Específicamente, los ambientes minimalistas a menudo elegidos en estilos de aspecto industrial, están vinculados a señales de alarma de nuestro cuerpo. Espacios y superficies incoloras y monótonas reproducen los síntomas clínicos de enfermedades y patologías del sistema óptico-cerebral. Naturalmente, cuando el entorno nos da esas mismas señales, nuestro cuerpo cree que se está desmoronando y reacciona con estrés.

La interesante investigación de Judith Heerwagen reveló que los animales de zoológico que vivían en ambientes minimalistas exhibieron comportamientos neuróticos, aberrantes y antisociales. Al devolverlos a un ambiente más estimulante y natural mostraron patrones de conducta más normales y saludables. Algunos de los zoológicos galardonados en el siglo XX por estar construidos en un estilo modernista, resultaron ser terribles para sus habitantes por lo que más tarde se permitió a los cuidadores modificar los entornos de estos animales introduciendo complejidad.

La piscina para pingüinos Berthold Lubetkin del zoológico de Londres es un edificio patrimonial protegido. Aun así, durante un período de mantenimiento en 2004, sus habitantes parecían preferir su hábitat temporal, por lo que nunca fueron devueltos a su habitáculo modernista. Berthold Lubetkin, 1934. Fuente: Flickr de Steve Cadman: Derechos: CC

Como los animales de zoológico, los niños también se ven afectados por su hábitat, pero no pueden articular los motivos. La supresión de la estimulación biofílica durante el desarrollo de nuestros niños tiene efectos significativamente negativos. La necesidad de una estimulación informativa durante el crecimiento del niño ya no puede ser cuestionada. Podemos utilizar los estudios de animales de laboratorio y sacar conclusiones por extensión. Animales jóvenes presentaron un aumento del 20% en el tamaño del cerebro y la inteligencia cuando eran criados en ambientes ricos en información. Si estamos interesados en continuar la raza humana con una optimización de la inteligencia de nuestros hijos, tenemos que prestar mucha atención a estos efectos. (El mecanismo de vinculación entre información, inteligencia humana y el ornamento están descritos más adelante en el capítulo 12 de este libro).

Un último punto cuestiona el valor de ciertas pruebas donde se preguntaba a los participantes por sus preferencias entre dos tipos de entornos: entornos minimalistas o entornos con complejidad organizada. Este tipo de encuestas resultaron en una preferencia moderada por entornos con complejidad organizada, o con resultados ampliamente divergentes lo que hizo el estudio inconcluyente. Sin embargo, experimentos de laboratorio más recientes usando monitores de cuerpo mostraron preferencias dramáticas hacia la complejidad organizada. Los sujetos no expresaron ninguna preferencia marcada cuando se les preguntó; sin embargo, su cuerpo marcó su preferencia de manera irrefutable. Se demuestra así que las respuestas fisiológicas a nuestro entorno son innatas y, además, que no están necesariamente asociadas a las preferencias personales. Lo que nos “gusta” no siempre tiene que ver con lo que es bueno para nosotros.

Como se discutió anteriormente, lo que nos gusta y lo que no, está condicionado por el aprendizaje, la influencia de los medios de comunicación, las ideas preconcebidas y la psicología de la multitud (nos vemos obligados a estar de acuerdo con la mayoría para evitar la disonancia cognitiva). Lo que pensamos con nuestra mente no es lo que sentimos físicamente. Un edificio nos puede parecer interesante y no estar de acuerdo con lo que nos hace sentir al experimentarlo. La gente no escuchará a su propio cuerpo, si les impide “encajar” con una posición social.

Otro factor que complica el asunto es la naturaleza humana en sí, que busca la emoción en algunas experiencias que rozan lo dañino. Nosotros los seres humanos siempre hemos estado fascinados por las cosas que nos asustan, precisamente porque estos generan angustia — la adrenalina resultante crea un subidón emocional. La experiencia debe de ser cuidadosamente equilibrada para que nos haga sentir en peligro y seguros al mismo tiempo. Por esta razón, la gente disfruta viendo películas de horror, en vertiginosos viajes en el parque de atracciones, visitando la “Casa embrujada”, practicando deportes extremos, participando en carreras de coches o haciendo paracaidismo. Hombres de negocios japoneses comen Sushi de la carne casi venenosa del pez globo, y así sucesivamente. La arquitectura que nos provoca estrés nos atrae precisamente por esa misma razón. Pero obviamente tal emoción transgresora no es curativa.

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Para seguir leyendo:

  • Christopher Alexander, "El impacto de la estructura viva en la vida humana", Capitulo 10 de El fenómeno de la vida: libro 1 de La naturaleza de orden, centro para la estructura ambiental, Berkeley, California, 2001.

  • Christopher Alexander, Ishikawa S., Silverstein M., M. Jacobson, I. Fiksdahl-rey y Ángel S. (1977) Un lenguaje de patrones, Oxford University Press, Nueva York.

  • Michael Mehaffy Nikos Salingaros (2015) Diseño para un planeta vivo, prensa Sustasis, Portland, Oregon.

  • Nikos Salingaros (2014) Disonancia cognitiva y arquitectura no adaptativa (en inglés y Turco), Doxa, número 11, casa editorial de Norgunk, Estambul, páginas 100-117.

  • Nikos Salingaros y Kenneth G. Masden (2008) Neurociencia, el entorno Natural y el diseño de edificios, capítulo 5 de Diseño biofílico: la teoría, la ciencia y la práctica de traer a los edificios de vuelta a la vida, editada por Stephen R. Kellert, Judith Heerwagen & Martin Mador, John Wiley, Nueva York.

  • Nikos Salíngaros, "Biophilia and Healing Environments", libro en Inglés de 44 páginas publicado gratis en linea por Terrapin Bright Green LLC, New York, 2015.

Sobre este autor/a
Cita: Nikos Salingaros. "Teoría unificada de la arquitectura - Capítulo 10. Biofilia: Nuestro parentesco evolucionado con las formas biológicas" [Unified Architectural Theory: Chapter 10] 01 feb 2017. ArchDaily en Español. (Trad. Franco, José Tomás) Accedido el . <https://www.archdaily.cl/cl/804506/teoria-unificada-de-la-arquitectura-capitulo-10-biofilia-nuestro-parentesco-evolucionado-con-las-formas-biologicas> ISSN 0719-8914

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